miércoles, 20 de julio de 2011

La carta

Cuando llegué a mi portal miré en el buzón. Es una costumbre mía. Simplemente lo miro por fuera. Vi que varios vecinos hacían lo mismo y no quería verme rechazado en las reuniones que organizase el presidente de la comunidad.


Vi que asomaba una carta. La recogí y subí en el ascensor. Decidí abrirla ahí mismo. Soy una persona muy impaciente. Bueno, para las cartas soy una persona muy impaciente. Lo descubrí en ese mismo momento. Esa carta me estaba ayudando a conocerme a mi mismo. Le debía muchas cosas a esa carta y aún ni siquiera sabía lo que había dentro.


Solo había dos cosas. La siguiente foto:





Y una nota con el siguiente mensaje escrito:


¿QUÉ ESTÁN VIENDO?



Y un número de teléfono.


La verdad es que tenía muchas cosas que hacer. Estaba realmente ocupado. Acababa de bajarse el último capítulo de Glee. 40 minutos después y tras enjugarme mis lágrimas (esa coreografía del último hit de Alicia Keys me superó, no soy de piedra tampoco) volví a por la carta.


Caí en la cuenta de que en el sobre solo estaba escrito mi nombre y mi dirección. No había ningún dato sobre el remitente. Ni un solo sello. Alguien había dejado esa carta en mi buzón. Había entrado en mi portal, se había acercado hasta mi buzón y me había dejado esa carta. Volví a mirar la foto.





¿Qué coño estaban viendo? Y lo más importante, ¿a quién coño le importaba? ¿Qué clase de enfermo, maníaco y depravado sigue enviando cartas en el siglo XXI? ¿Qué quiere de mí? ¿Será peligroso? DIOS. Tengo que averiguar que están viendo. No por mí, por mi familia. No puedo ponerles en riesgo. Si sabe dónde vivo, sabe donde viven mis padres. En el mismo lugar. Aún vivo con mis padres. Estamos en una época de recesión. No es fácil encontrar trabajo. No me juzguéis por favor.


Todo el asunto de la carta se convirtió en una obsesión. No había día en que no mirara la puta foto. Los putos Obama mirando hacía una televisión. Tiene que ser una televisión. Tras una semana llegué a esa conclusión. Fijándome en los ojos de cada uno de ellos cai en la cuenta que miraban en la misma dirección pero a diferentes puntos. Además la pregunta es "¿Que están viendo?" no "¿Qué están mirando?". TENÍA QUE SER UNA TELEVISIÓN.


Tenía un número de teléfono. Tenía la opción de llamar y preguntar que querían de mí. Pero me arriesgaba. ¿Y si solo tenía una oportunidad? Lo único que tenía claro es que desde el momento en el que abrí ese sobre había entrado en el juego mental de un psicópata. No podía arriesgar. Tenía que prevenir lo máximo posible. Solo llamaría cuando tuviese claro qué coño estaban viendo los putos Obama. Hasta entonces tendría que seguir mirando y remirando la foto.


Un mes. Había pasado un mes. Pesaba 14 kilos menos y parte de mi cara estaba oculta bajo una frondosa y espesa barba. Nunca me había dejado barba hasta entonces. La verdad es que creo que no me sentaba mal de todo. A pesar de mi barba, mi familia y amigos empezaban a preocuparse por mi. Decían que ya no me reía tanto como antes y que parecía nervioso. Que les hacía sentir incomodos. ¿INCOMODOS? ¡Estaba tratando de salvarles la vida! Y así me lo agradecían. Quejándose de mi actitud y de mi olor corporal. Dios, los odiaba tanto. Si ellos supieran que si quisiera podría quemar la foto de los Obama y hacer que les mataran... Pero soy una buena persona. Y la barba me sienta bien.


Empecé a beber. Mi vida se reducía a mirar la foto. A salvar al mundo. Entonces lo vi claro. ¡El secreto estaba en las miradas!





Michelle Obama tenía un semblante que indicaba que no se lo estaba pasando bien. Que ya se intuía que lo que estaba viendo no le iba a gustar. Que las críticas tenían razón. Que solo pretendía provocar. Las hijas estaban entre sorprendidas y asustadas. A pesar de que la de la derecha trataba de disimularlo con ese cruce de brazos, su boca era lo suficientemente significativa. ¿Y Barack Obama? Barack Obama era la persona que más estaba disfrutando de la sala. Esa mirada absolutamente concentrada que parecía pedir más y esa mueca de satisfacción mezclada con admiración. YA LO TENÍA.


Fui inmediatamente al teléfono más cercano. Marqué el número que tenía absolutamente memorizado. Tras dos tonos, noto que el teléfono ha sido descolgado. Sin dejar que nadie diga nada grito inmediatamente:


- ¡¡A SERBIAN FILM!!


Tras dos o tres segundos cuelgan el teléfono. Yo estoy contento. Sé que no se esperaban mi acierto. Les he jodido bien. Se pensaban que eran más listos que yo. Que iban a poder chantajearme lo que me quedaba de vida. Nada. No han conseguido nada. Esta sensación no se puede pagar con dinero. He sufrido sí, pero casi agradezco toda esta aventura por sentirme como me siento ahora: superior a cualquiera.


Me afeito. No del todo. Creo que me voy a dejar algo de barba. Me doy una buena ducha, desayuno, y salgo a por el periódico. Soy una persona normal de nuevo. Saludo al quiosquero que me pregunta por mi ausencia estos meses. "Mucho trabajo" le contesto. Llego a mi casa y miro al buzón. Experimento sudores fríos. Asoma una carta del buzón. La abro. Una foto y una nota. No me lo puedo creer.

La foto:





La nota:


¿Con quién habla?



Creo que me voy a mudar. Tener de vecino a los Obama no me compensa lo suficiente.

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