miércoles, 14 de septiembre de 2011

Renovarse o morir

"Viniendo hacia aquí he reparado en una cosa que siempre me pasa. ¿No os habéis dado cuenta de que siempre que sabes que vas a hacer un ace alguien del público murmulla algo que te desconcentra completamente? Como si pensase "Si he pagado por ver un partido de tenis quiero que dure lo máximo posible, así que no me vengas con tus Aces de mierda. Vuelve a sacar para mí. Yo te lo ordeno". ¡Sí! ¡SÍ! Mirad como se ríe el suizo ese. ¿A que tú sabes de que estoy hablando? ¡Es que no falla!".



Rafa Nadal se dio cuenta aquel 12 de Septiembre que ya había tocado techo como tenista. No podía hacer más. Su principal rival, Djokovic, era inalcanzable para él. Estaba hundido. Así que optó por darle un giro a su carrera y convertirse en monologuista. Era consciente de su enorme vis cómica y le parecía absurdo no explotarla.


Y todo fue como la seda. Se destapó como un enorme monologuista. Se convirtió en un referente para todos los cómicos de su país. ¡Qué digo de su país! ¡Del mundo! Todo ser humano viviente quería pagar para asistir a su espectáculo de humor y poder lanzarle un "¡VAMOS, RAFA!" sonoro que alcanzase a escuchar y que le hiciese sentir orgulloso de ser el manacorí que era.


Pronto Rafa volvió a ese estado que añoraba. Era el número 1 mundial del humor sin discusión. No tenía rival. Sí, otros hacían reir pero lo que lograba Nadal no estaba al alcance de ningún otro artista. Era de otro planeta. Y lo sabía. Su vida volvía a reducirse a fama, mujeres y KIAs.


Hasta que llego ese maldito monologuista serbio. El muy cabrón también sabía hacer imitaciones.

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